Ayúdanos a compartir

Vernos al espejo, sin retoque ni temor

Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com

“A la gente la movían otras cosas que miraban al futuro, no estaba estacionada mirando con odio al pasado, llevándose unos a otros las cuentas”.

La idea central de esta frase tomada de una novela (La casa junto al río) de Elena Garro, explícitamente crítica respecto de lo que la escritora mexicana percibió en la España postfranquista, parece seducir actualmente a muchas y muchos guatemaltecos: dejemos las cosas como están, veamos hacia adelante.

Edgar Celada

Consuelo Veronda, la protagonista de la narración, llega a un poblado cercano a Covadonga en busca del rastro de su familia paterna, de la cual había sido alejada siendo niña, para ponerla a resguardo de la guerra civil. Lo que encuentra a su regreso es una comunidad confrontada, envenenada de odios, impunidad y silencios.

Ajena a los rencores de la guerra, desconocedora de quién es quién, o quién ha hecho qué, Consuelo Veronda es señalada por los franquistas de ser “roja”, en tanto que para los nostálgicos de la República es claramente sospechosa de ser falangista.

No faltaban los “imparciales” que la aconsejaban poner tierra de por medio y desistir de sus preguntas incómodas, como tampoco aquellos capaces de esconder “la verdad con sonrisas y palabras banales”.

Indagando sobre la suerte, y la muerte, de sus tíos, de las cuales todo el pueblo sabía y callaba, Consuelo Veronda cae finalmente abatida por la espalda, en el desenlace de una trampa de la cual no puede escapar y cuyo origen ella misma alcanza a comprender: “era peligroso asomarse al pasado”.

La también autora de Los recuerdos del porvenir, deja sin resolver el dilema que costó la vida a Consuelo Veronda: ¿“había hecho bien en volver al pasado”?

Pregunta totalmente actual para Guatemala, en especial para un número importante de personas que, luego de participar en las manifestaciones de abril a agosto de 2015, se sienten auténticamente preocupadas porque la captura y encauzamiento judicial de 18 ex jefes militares, en situación de retiro todos ellos, podría, dicen, “romper la unidad alcanzada” en las jornadas nacionales contra el desgobierno de Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti.

Filisteísmos aparte, en ese razonamiento hay varios problemas de fondo que denotan una comprensión limitada (aunque sea bien intencionada) de lo ocurrido en 2015 y del origen de los males de corrupción en contra de los cuales miles salimos a manifestarnos durante 107 días (según las cuentas del maestro Edelberto Torres-Rivas): la impunidad.

Dicho del modo más simple posible, para que entienda quien quiera comprender: las redes de corrupción durante el gobierno Pérez Molina-Baldetti crecieron y se desarrollaron a partir de un supuesto clave: la certeza de que nada podría ocurrirles y nadie podría castigarlos por sus desmanes.

La desfachatez, el descaro, el cinismo y la insolencia con la que actuaban y que tanto ofendió a miles de personas y se transformó en indignación, tenía como sustento la certeza de la impunidad.

Con base en esa misma garantía de que nadie podría castigarlos por las atrocidades en contra de población no combatiente, se diseñaron y ejecutaron los planes de exterminio, de tierra arrasada, de persecución, desaparición y eliminación de reales o presuntos desafectos a lo que, en el lenguaje de la época, se decía “democracia restringida”.

La base de la violencia indiscriminada y la corrupción desbocada es la misma: la impunidad.

No es casual que en muchas de las redes de corrupción descubiertas en 2015 aparecieran militares en situación de retiro, porque la impunidad del presente se alimentó y sustentó en la impunidad del conflicto armado.

Justo es decir, la sospecha no recae sobre todos los ex militares, del mismo modo que la persecución penal no es contra la institución armada, sino contra quienes desde sus puestos de mando la involucraron en crímenes incalificables.

Por eso, el dilema de Consuelo Veronda, la protagonista de La casa junto al río, no es el dilema de Guatemala hoy.

Al contrario, viendo hacia el futuro inmediato y hacia la construcción de una democracia profunda es indispensable vernos, sin retoque ni temor, en el espejo de nuestro pasado.

La convivencia democrática, respetuosa de las diferencias y orientada al logro del máximo de la felicidad posible para todas y todos, no puede basarse en el escamoteo de la verdad porque, como diría Consuelo Veronda: “En la profundidad de la mentira siempre hay algo perverso”.

Edgar Celada Q.
Sígueme